Me alegra estar aquí, con vosotras, poder compartir estos días, participar de vuestras reflexiones, conocer más esta tierra y a nuestras hermanas, poder disfrutar juntas.
En la VIII Asamblea General, Haro 2013, las Superioras Provinciales y el Equipo General reflexionamos sobre el juniorado. Concluíamos que es una etapa que hay que cuidar especialmente y acordamos mantener un encuentro internacional cada dos años1. Celebramos el primero en Ciudad Sandino, Nicaragua, e iniciamos ahora el segundo aquí en Brasil, en esta ciudad de São Paulo.
Hoy día tenemos muchas posibilidades de encontrarnos, pero hacerlo así, “sin pantallas”, cara a cara, es un privilegio. Muchas personas quisieran abrazarse con sus seres queridos y, por diferentes motivos, no pueden hacerlo. Nosotras, no sin esfuerzo por parte de las Provincias, estamos aquí; por tanto, es un tiempo y un espacio que hemos de aprovechar responsablemente, vivirlo como un regalo y como una oportunidad.
Uno de los objetivos de estos encuentros es tejer relaciones y acrecentar el sentido de universalidad2. Sabemos que la dimensión comunitaria es un pilar fundamental de nuestra vida religiosa. Hemos sido llamadas y convocadas3. Tener hermanas con las que caminar juntas, que nos sostienen, es un don y la fraternidad es apoyo e impulso para la misión. En este hoy de Compañía, diferente a otros, nos toca recrear la fraternidad desde lo que supone ser un Cuerpo universal.
Una de las lecciones que nos ofrece nuestra historia es que en momentos complejos, de crisis, contar con hermanas en diversas partes del mundo abre horizontes y posibilita que el Carisma de Juana de Lestonnac siga abriéndose paso de formas insospechadas. La universalidad aporta una gran riqueza, por algo Juana de Lestonnac buscó incansablemente la unión entre las diversas Casas y quiso que esta unión quedara asegurada a través de una estructura jurídica. La universalidad, construida sobre la complementariedad y el apoyo mutuo, nos redimensiona en nuestra pequeñez, todo lo que conlleva supera con creces los costes y esfuerzos que, como todo lo que es valioso, también lleva consigo. Es una gran responsabilidad, os lo digo con fuerza, apostar por la construcción de lazos entre nosotras, lazos fuertes y flexibles, que nos ayuden a sentirnos y a funcionar como Cuerpo Universal.
Otro de los objetivos de estos encuentros es profundizar en el mismo tema del plan de formación4. Necesitamos estar bien formadas para responder a los desafíos de nuestro mundo, para poder aportar la palabra oportuna y, sobre todo, para estar bien vertebradas por dentro y ser buenas educadoras de la fe, para estar a la altura de nuestro Nombre5. Cada una podemos hacerlo en nuestros contextos, sin embargo, estar aquí juntas nos posibilita dialogar, escucharnos, compartir experiencias, complementar puntos de vista y expectativas, conocernos más, comprendernos mejor…
Nuestro ser se va fraguando a medida que conjugamos individualidad y relación, autonomía y colaboración, singularidad y dependencia. De esta manera vamos creciendo también en sentido de Cuerpo universal; una universalidad que no uniformiza si no que hunde sus raíces en lo que nos une y acoge lo diferente como riqueza. La llamada en este hoy, también os lo digo con fuerza, es a interrelacionar y complementar saberes, desde la convicción de que todo saber es incompleto y necesitamos otros conocimientos que lo complementen. Cuanto más espacio hacemos a las demás, más sabio se hace nuestro corazón y es la sabiduría del corazón la que nos posibilita el conocimiento verdadero.
Hemos querido vivir estos encuentros en lugares que nos permitan algún contacto con el mundo de la pobreza y de la exclusión6. Acabamos de celebrar el misterio de la encarnación; la “señal” de Dios: un niño pequeño en un pesebre7, nos indica dónde quiere que le busquemos. Esos lugares donde la vida es más frágil, donde la vida duele, en los que hemos de entrar con los pies descalzos, educan nuestra mirada y todos nuestros sentidos, nos ayudan a desarrollar esa nueva sensibilidad contemplativa tan necesaria en nuestro hoy, que señalábamos en el XVII Capítulo General8.
Por último en la VIII Asamblea, proponíamos que estos encuentros internacionales de junioras fueran, a la vez, un espacio de encuentro y reflexión conjunta para las formadoras que acompañan esta etapa9. En nuestro modo de proceder en la formación, decimos que la formadora es la compañera de camino que ayuda a crecer en verdad y libertad, es “testigo” cercano del proceso de la formanda…10 . En este sentido es importante que las formadoras estéis aquí, que nos sintamos desde el fondo compañeras de camino las unas de las otras, con todo lo que ello implica.
Formar es una tarea delicada, lo experimentamos todas de una u otra manera. Ayudar a que la persona crezca en todas sus dimensiones, avivar en ella Deseos (con mayúscula) de ser cada vez mejor, más humana y más de Dios, es todo un desafío, y más en este mundo donde valores y creencias se han vuelto frágiles. Como formadoras, se nos hace imprescindible una reflexión que nos ayude a buscar los medios más adecuados para los fines que pretendemos.
Todas tenemos en la retina la imagen del Documento Capitular: dos mujeres, María e Isabel, preñadas de vida nueva, la que el mundo necesita11. Que como ellas sepamos hacer espacio en nuestro interior para que “eso nuevo” que Dios quiera comunicarnos, a lo largo de este encuentro, prenda en nuestras entrañas y nos lo podamos llevar bien dentro para entregarlo en cada uno de nuestros contextos.
M. Rita Calvo Sanz, odn
Superiora General